Franz Werfel (1890-1945) es un autor judío-austríaco, del Imperio Austro Húngaro. Quizás su obra más conocida es su gran novela del genocidio Armenio, Los cuarenta días del Musa Dagh, que fue llevada al cine.
La novela que te presento hoy llamó la atención, en su época y ahora, por el tema y por el escritor. Consciente del asombro que plantearían sus más de seiscientas páginas sobre un tema católico, Werfel explica en su prólogo el porqué de tamaña empresa. En 1940 el autor y su esposa huían del régimen nacional socialista y pasaron por Francia. Allí fueron obligados a detenerse más de lo previsto porque no conseguían los visados necesarios. Hallándose en Pau, escucharon que Lourdes era uno de los lugares en los que se podría encontrar hospedaje, cosa muy difícil por la cantidad de refugiados que había por todas partes. Así, comenta Werfel, la Providencia los condujo hacia Lourdes, un lugar del que apenas había escuchado algo antes. Siguió una larga espera, caracterizada por el miedo; pero también por lo maravilloso, ya que el autor conoció la historia de Bernadette Soubirous y de las sanaciones milagrosas de Lourdes. Un día, en el que se encontraba abrumado por el miedo y la incertidumbre, hizo una promesa: si lograba salir de Europa y llegar a los Estados Unidos sería el primero que escribiera el Cantar de Bernadette. Su libro es, entonces, un voto cumplido.
Werfel explica también en su prólogo el porqué de su atrevido proyecto, siendo él judío. Y se remonta para ello a un voto aún más antiguo y quizás menos consciente, ni siquiera para él, hasta ese momento: en los días en los que escribía sus primeros versos juveniles se prometió a sí mismo, siempre y en todo lugar, alabar el misterio divino y la santidad del hombre, y hacerlos triunfar sobre el espíritu de este mundo, que se revuelve contra estos valores últimos de la vida con sorna, asco e indiferencia. Un buen propósito para tener en cuenta todos los que nos atrevemos a tomar la pluma y escribir algo que nos trascienda, y que ilumine (o no) las vidas de nuestros contemporáneos y de las generaciones futuras.
Werfel toma para su novela el título de Cantar (de gesta), impresionado por la figura pura y sencilla, pero tenaz y fuerte de Bernadette. El diccionario de la RAE, en su 22. edición, define esta forma literaria de esta manera: “Poesía popular en que se referían hechos de personajes históricos, legendarios o tradicionales”. Lo que no dice la 22. edición es que es una canción laudatoria y heroica, unida más tarde, con el nacimiento de las naciones modernas, a la identidad colectiva de un pueblo y a sus memorias que la configuran como tal (El cantar de los Nibelungos, El cantar de Mío Cid).
He disfrutado mucho leyendo este libro; en primer lugar, porque la escritura de Werfel es preciosísima, lo que no deja de ser raro en esta clase de biografías. En segundo, porque su deseo de hacer un cantar laudatorio al misterio del espíritu divino, se percibe en cada frase, salta a la vista en todo momento.
Aquí algunos ejemplos y reflexiones del autor que quiero compartir con ustedes:
En la tercera aparición de la Señora de Lourdes, Bernadette ya está rodeada de muchísima gente, que casi le impiden llegar puntual a la cita. Werfel reflexiona:
Auch am Anfang dieser großen Liebe tritt die Welt mit ihren Störungen zwischen die Gemeinschaft, die alles Unzugehörige ausschließen möchte. Wiederum ist die Dame bereits anwesend, obwohl es erst sechs Uhr geschlagen hat. (…) Welch eine zarte Aufmerksamkeit, dass immer die Beglückende die Beglückte erwartet, wo doch sonst bei allen Rendezvous der Welt das Umgekehrte die Regel ist. (S. 111)
“Ya al comienzo de este gran amor se interpone el mundo con sus estorbos en aquella convivencia que anhela dejar de lado todo lo que no sea compatible con su dinámica propia. También esta vez es la Señora la que se adelanta, aunque la hora no ha tocado aún. (…) ¡Qué delicadeza más exquisita, el hecho de que la llena de gracia tenga que esperar a la que es objeto de esa gracia, cuando lo normal aquí en la tierra es que suceda exactamente lo contrario!”*
Más adelante, las autoridades cierran la gruta e impiden a la gente acercarse al agua milagrosa. Paradójicamente llegará la aprobación, y con ella el permiso de visitar el lugar, por la mano del emperador Napoleón III, aunque sea a regañadientes. Werfel cuenta cómo el hijo pequeño del emperador se hallaba con fiebres y su madre hace traer en secreto agua de Lourdes, con la que se cura. Entonces, la emperatriz hace una promesa: su marido abrirá la gruta. Napoleón toma esta noticia con gran desasosiego. Aquí, Werfel reflexiona sobre las personas famosas, que de tan “iluminadas” terminan volviéndose superticiosas: Napoleón no cree en Dios, pero tiene miedo al sino, a un poder superior, a faltar a una promesa. Y tiene también miedo a sus ministros, a lo que dirán toda esa reata de iluminados, masones y ateos que lo rodean y halagan. En este contexto, disgrega el autor:
Nichtige Knirpse haben es leicht, Freidenker zu sein. Was riskieren sie dabei? Darf es aber der größte Monarch des Erdballs, um die Freidenker nicht zu verstimmen, jene tausendfach reizbare Macht zu verstimmen, die über Sieg und Niederlage der Nationen entscheidet? (…) Wer Akten schmiert oder Waren verschleißt, kann sich ohne Schwierigkeiten über den Aberglauben lustig machen. Wer die Welt beherrscht, weiß aus täglicher Erfahrung, dass es in ihr nicht mit rechten Dingen zugeht, dass die Verquickungen der Geschehnisse nicht von ihm abhängen, dass er ein Spielball geheimer Kräfte uns Gegenkräfte ist, die nach Anbetung und Opfer verlangen und immer wieder verlockt oder ausgesöhnt werden müssen. S. 371
“Es muy fácil para un don nadie ser librepensador. ¿Qué es lo que arriega con ello? Pero, ¿le es permitido al monarca más grande del globo, por no importunar a los librepensadores, importunar en cambio a aquel poder mil veces más iracundo, que decide sobre las victorias y derrotas de las naciones? (…) El que firma actas o asegura mercaderías, puede reírse sin dificultades de la superstición. Aquél que gobierna sobre el mundo sabe, por experiencia cotidiana, que precisamente en el mundo hay cosas que no se explican, que las volteretas de los acontecimientos no dependen de él, que en este juego se hallan comprometidas fuerzas y contrafuerzas que exigen adoración y sacrificio, y que deben ser aduladas o apaciguadas”*.
Otro pasaje de gran belleza es la reflexión de Werfel sobre la muerte, con la que se confronta Bernadette por primera vez al morir una compañera del convento:
Die Jugend eines Menschen hört genau in dem Augenblick auf, in dem für ihn der Tod zur Wirklichkeit wird S. 447
“La juventud de una persona termina justo en el momento en que toma conciencia de la realidad de la muerte”*.
Werfel, Franz (1941): Das Lied von Bernadette. Stockholm: Fischer Verlag.
*Traducción: de mi cosecha.